Kabbalah

 The Path volumen 1, número 1, abril de 1886 "Kabbalah" por Dr Seth Pancoast



KABBALAH





La Cábala (Kabbalah) era antiguamente una tradición, como implica la palabra, y generalmente se supone que se originó con los rabinos judíos. La palabra es de origen hebreo, pero la ciencia esotérica que representa no se originó con los judíos; ellos simplemente registraron lo que previamente había sido tradicional.



La Cábala es un sistema de filosofía y teosofía que fue obtenido en una época muy remota por los sabios de oriente, mediante el desenvolvimiento de las percepciones intuitivas.



La autoconciencia forma la base de la mente, y el conocimiento se adquiere a través de la recepción de actividades del exterior, que se registran en la conciencia; hay dos fuentes a través de las cuales se recibe el conocimiento - una subjetiva, la otra objetiva. La primera nos da un conocimiento del lado causal del cosmos, y la segunda, el lado objetivo o material, que es el mundo de los efectos, por haber evolucionado a partir de la primera.



"Lo exterior surge de lo interior,

y lo interior habita en lo más profundo del alma".



Si esto es verdad, la gran causa primera -Dios- ha evolucionado a partir de Sí mismo el mundo esotérico o subjetivo, en el que se encuentra manifestado. A partir de lo subjetivo, mediante el cambio de energía y sustancia a través de la ley, desarrolló el mundo objetivo. Por consiguiente, los antecedentes de lo objetivo se encuentran en la parte invisible del universo. En una obra que estamos preparando para la imprenta, y que ha sido objeto de estudio durante más de treinta años, mostraremos qué es el espíritu, que es autogenerador y autosuficiente, y que a partir de él, mediante la volición, evolucionó el cosmos.



No entendáis por la observación anterior que el espíritu se convierte en materia a través de la evolución, y que el universo es una inmensa Personalidad Divina. Tenemos una concepción y reverencia demasiado elevadas por la Deidad, como para suponer por un instante que Él se convirtió en un ser material a través de la evolución del universo.



(NdT: en Teosofía a ese Él para referirse a la deidad siempre inmanifestada se le suele llamar no un ÉL sino un Aquello.)



Él no está de ninguna manera personalmente asociado con el cosmos esotérico o exotérico. El Espíritu es distinto de la materia, pero no de la energía; la energía es la fuente de la materia. Por lo tanto, es a través de la energía y la ley que Dios se asocia con el universo. La ley es Su Providencia, y Su voluntad la ejecutora. Un milagro es una imposibilidad, porque requiere una suspensión de la ley sobre la que se levanta el universo. Suspender esta ley por un momento alteraría la armonía de todo el universo. Por lo tanto, la suspensión de esta ley única, que controla la energía en la producción de sustancia y materia, suspendería inmediatamente la evolución, y el universo entero y todo lo que está asociado con él se desintegraría de inmediato.



La ley providencial, al ser una ley de armonía, se aplica a todo lo que está fuera del espíritu de Dios, y por lo tanto no puede ser violada impunemente. Las bellezas de la naturaleza resultan de su armonía, y cuando es violada, sobreviene la discordia. Lo vemos en las naciones, en la sociedad, en los individuos y, de hecho, en todos los departamentos de la naturaleza. Si la violación va más allá de ciertos límites, el resultado es la revolución, y si no se corrige, naturalmente sobreviene la destrucción. Cuanto mayor es la violación, más difícil es superar la discordancia. La disipación es recompensada con la enfermedad, y si se lleva demasiado lejos, con la muerte. El lujo y el libertinaje, si persisten, destruirán tanto a la sociedad como a las nacionalidades. La historia nos ofrece una amplia prueba de ello. Esta ley, por poco que se viole, trae su castigo comparativo, y cuando se obedece, su correspondiente recompensa.



Después de estas observaciones preliminares, volvemos a nuestro tema, la Cábala, y mostramos cómo ha sido preservada y transmitida o pasada de una generación a otra. El estudio de la naturaleza externa por sí sola no nos proporciona ninguna prueba de una vida futura, sino que, por el contrario, tiende a refutarla, lo que explica la creencia agnóstica que se ha vuelto tan frecuente en los últimos años. En la investigación de los fenómenos externos, reconocemos la materia, la energía y la vida; se nos dice que esta última es el resultado de la acción de la célula protoplásmica, lo mismo que la mente. La continuidad observada a través de todos los departamentos de la naturaleza implica que existe una ley que controla la energía en la producción de formas. Si la energía no tuviera nada que la guiara, sus movimientos serían erráticos, y la naturaleza se convertiría en una masa discordante conglomerada. Ahora bien, la existencia de una ley implica un dador de leyes, ya que no es autocreadora ni autosuficiente, por lo que concluimos lógicamente que hay algo detrás de la naturaleza material que no es reconocido por los sentidos externos. ¿Qué prueba tenemos de la existencia de un mundo externo, excepto a través de la conciencia? Un niño no nacido, si poseyera capacidad de razonamiento, negaría la existencia de su propia madre. Una persona que nace ciega no puede tener ninguna concepción de las bellezas de la naturaleza, y si el sentido del tacto se suspende con el de la vista, no podríamos formarnos ninguna concepción de la solidez; si nacemos sordos, de la armonía y la discordia del sonido o de la música. Percibimos, pues, que no podemos tener ninguna concepción de la existencia de un mundo exterior más que a través de las actividades neuronales registradas en la conciencia, y sin el desenvolvimiento de la conciencia interior, no podemos formarnos ninguna opinión de una vida futura. De hecho, lógicamente hablando, tenemos los mismos motivos para negar su existencia que los que tendríamos del mundo externo, siempre que la conciencia objetiva estuviera cerrada.



Esto explica la duda, la incertidumbre y el miedo respecto al futuro, intensificados por el actual sistema de enseñanzas religiosas. El mundo espiritual es una realidad tan real como ésta, de hecho más, porque no experimenta ningún cambio, como sí lo hace éste.



El estudio de la Teosofía ha demostrado al escritor que existe otra fuente de conocimiento que sólo puede adquirirse mediante el cultivo de un plano de conciencia que no se alcanza mediante actividades neuronales objetivas, sino mediante el desarrollo de la conciencia interior.



Es el desarrollo de este estado de conciencia lo que nos pone en contacto con el mundo esotérico. Ahora surge la pregunta: ¿Cómo vamos a desarrollar esta condición tan deseada? Sólo puede lograrse mediante la armonía de los atributos morales del espíritu. La armonía es el único pasaporte para el Cielo, y la ausencia de armonía, que es discordia, es el único pasaporte para lo que el cristianismo denomina Infierno. Por lo tanto, el Cielo y el Infierno son sólo condiciones del espíritu, que están bellamente ilustradas en el capítulo 20 del Apocalipsis, donde se describe al ángel que desciende del Cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena. Con la llave abrió el infierno, y con la cadena ató al diablo durante mil años. El ángel es el representante de la santidad y la pureza, que sólo se alcanzan mediante la armonía del espíritu; la llave es un símbolo de la luz, y la cadena, de la verdad; se supone que el infierno es la morada de las tinieblas, y el diablo, un espíritu de falsedad y error. Ahora nos preguntaremos: ¿Hay algo para desterrar las tinieblas que no sea la luz? ¿Hay algo para dispersar la falsedad y el error, sino la verdad?



Cristo era un esenio, y esta orden secreta era una rama de la Cábala. San Juan fue su discípulo favorito, a quien inició plenamente en los misterios. Durante el exilio de este discípulo en la Isla de Patmos o Patmo, escribió el Apocalipsis, que es una profunda producción cabalística, que describe la unidad, dualidad, ternario y septenario de la Cábala. Los antiguos adeptos descubrieron por experiencia que, para desarrollar la conciencia interior o subjetiva, era necesario (alegóricamente hablando) "llevar el manto de Apolonio", es decir, retirarse del mundo exterior, practicar al máximo la abnegación y pasar sus momentos de vigilia en la meditación esotérica. Para aislarse de la sociedad, establecieron santuarios secretos, en los que se reunían para la comunión mutua y los ejercicios religiosos.



A medida que avanzaban en el conocimiento espiritual descubrieron que había varios grados de armonía en el mundo subjetivo o espiritual, y cada individuo al dejar esta vida gravitaba, por así decirlo, hacia la esfera con la que estaba en armonía. Dividieron sus santuarios en siete grados para corresponder con las armonías en la naturaleza esotérica, y para cada grado había tres años de prueba espiritual. Como la armonía resulta de la analogía de los contrarios, había tantos grados de discordia como de armonía. A los primeros designaban el infierno. El cosmos material, es decir, lo que llamamos el mundo exterior, era, por así decirlo, el término medio entre los dos, al que llamaban Hades, al que el alma pasaba al morir, y el espíritu se hacía conocedor de su historial mientras estaba en la tierra. La muerte física, afirmaban, era simplemente un cambio de una condición física a una espiritual; el alma o cuerpo espiritual se formaba al mismo tiempo que el físico, pero de manera muy diferente. Después de la muerte, el alma ascendía o descendía, dependiendo no de la gravedad, sino de la armonía.



Se percibirá así que cada grado en el santuario requería una iniciación separada o distinta para cada uno, que pretendía representar un estado superior de avance moral e intelectual. El último o séptimo grado era el de la perfección que producía la iluminación, cuando el mundo subjetivo era tan real para la conciencia interior o subjetiva como el mundo exterior lo es para la objetiva. Cuando se obtenía esta condición de desenvolvimiento moral e intelectual, desaparecía todo interés por esta vida y el espíritu anhelaba separarse de su ataúd físico. El neófito que buscaba el conocimiento espiritual sólo podía alcanzar la sabiduría de los diferentes grados avanzando moralmente, para estar en armonía con los grados. El conocimiento así obtenido nunca se registraba, sino que se comunicaba verbalmente en un lenguaje simbólico. De este modo, se mantenía en profundo secreto y se transmitía tradicionalmente. El primer registro que tenemos de la Cábala fue hecho por Rabí Akiba y Rabí Simeón Ben Jochai; el primero compiló El Sepher Jetzirah, "Libro de la Creación", y el segundo, El Sepherhaz Sohar, "Libro de la Luz". El primero es considerado por los cabalistas como la clave del segundo. El Sohar nunca ha sido traducido y, como afirma con razón un antiguo obispo de la Iglesia de Inglaterra, nunca lo será por un cristiano. Esto se debe a su carácter simbólico, que sólo puede ser interpretado por un cabalista. Consta de tres volúmenes, en hebreo sin puntuar, y consiste en una mezcla de lenguas armenias y semíticas. El Sepher Jetzirah puede adquirirse en tres idiomas: hebreo, latín y alemán.



Fig. A:  Fig. B: 





Llegamos ahora a la parte más interesante de nuestro tema. La clave de la Cábala es la "Palabra", que consiste en cuatro letras hebreas, que pueden disponerse en una cruz incluida en un círculo, Fig. A. El cabalista cristiano insertó la letra hebrea Sin, como representante de Cristo en el nombre inefable, Fig. B. El nombre de cuatro letras fue el que se dio a Moisés en el Monte, en el entendimiento de que representaba su verbalización (Jehová) en el universo. La Palabra era tenida en profunda reverencia por todos, tanto por los cabalistas como por los judíos, y por todas las órdenes secretas antiguas, y nunca era pronunciada audiblemente, de hecho nunca era mencionada, excepto en la última iniciación, cuando era susurrada al oído del iniciado por el Gran Maestro de Ceremonias. El conocimiento y el poder que la Palabra confiere al receptor de su significado se da en un fragmento de una clavícula de Salomón: "Yo, Salomón, Rey de Israel y de Palmira, he buscado y obtenido en parte la Santa Chocmah, que es la sabiduría de Adonai. Me he convertido en Rey del espíritu del cielo y de la tierra, amo de los habitantes del aire y de las almas del mar, porque procuré la llave de la puerta oculta de la luz. He logrado grandes cosas por la virtud del Schema Hamphorasch, y por los treinta y dos senderos del Sepher Jetzirah. El número, el peso y la medida determinan la forma de todas las cosas, la sustancia es una, y Dios la creó eternamente. Feliz aquel que conoce las letras y los números; los números son ideas, y las ideas son fuerzas, y las fuerzas Elohim. La síntesis de Elohim es Schema. Esquema es uno, y sus pilares son dos, su poder es tres, su forma cuatro. Su reflejo da ocho, y ocho multiplicado por tres da los veinticuatro tronos de la sabiduría. Sobre cada trono descansa una corona de tres joyas, cada joya lleva un nombre, cada nombre una idea absoluta. Hay setenta y dos nombres en las veinticuatro coronas del Esquema. Escribirás estos nombres en treinta y seis talismanes, dos en cada talismán, uno a cada lado. Dividirás estos talismanes en cuatro series de nueve cada una, según el número de las letras del Esquema. En la primera serie graba la letra Jod, figura de la vara florida de Aarón; en la segunda serie la letra He, figura de la copa de José (Joseph); en la tercera serie la letra Vau, figura de la fuente de David, mi Padre; en la cuarta serie la letra He, figura del siclo judío. Los treinta y seis talismanes serán un libro que contendrá todos los secretos de la naturaleza, y por sus diversas combinaciones harás hablar a los Genios y a los Ángeles."



El Esquema representa el nombre de cuatro letras; cuando se construye matemáticamente en setenta y dos formas diferentes, se llama Schema-hamphorasch, y representa setenta y dos caminos de sabiduría, que constituyen las claves de la ciencia universal.



La historia de la Cábala está aún por escribir, lo que sólo puede lograr alguien versado en sus secretos. Los historiadores no le han hecho justicia; la han degradado asociándola con la nigromancia o el arte negro, que es a la Cábala lo que la falsa religión es al cristianismo puro. El núcleo yace oculto en la basura del pasado, donde ha sido preservado para las generaciones futuras. Cuando sea despojado de su vil y odiosa cubierta, se descubrirá que no ha perdido nada de su belleza y brillantez. La luz de Oriente ha sido preservada por los sabios de Oriente, en símbolos y lenguaje alegórico, y cuando llegue el momento, no muy lejano, alguien que posea la llave, que es el Verbo, desvelará sus misterios y la sacará a la luz en su divina pureza, para iluminar a las generaciones presentes y futuras.



El ciclo de Tritheme, que comenzó en 1878, preparará a alguien para sacarlo de su olvido, y a través de sus enseñanzas se instituirá una nueva corriente de pensamiento y se dará un impulso al desarrollo moral y emocional que será el presagio de un futuro brillante. La ciencia dará nuevos pasos, la religión se despojará de su vestido raído y asumirá una nueva vestimenta, que concordará con las enseñanzas y el ejemplo de Cristo. Cuando esto ocurra, cesará el conflicto entre la religión y la ciencia y se establecerá la armonía. Las dos serán entonces como hermano y hermana, ayudándose mutuamente en el desarrollo de los atributos intelectuales y morales del espíritu. No es culpa de la ciencia que se haya producido una diferencia entre ellas; ha avanzado, mientras que la religión ha mantenido una guerra sobre credos y dogmas que ha retrasado su progreso.



El cristianismo actual es tan diferente de lo que era en los siglos I y II de la era cristiana, como la masonería moderna es diferente de lo que era en la antigüedad. La religión ha intentado controlar a la humanidad a través del miedo, habiendo creado un demonio para mantener al hombre sometido, y forzar la creencia de que Dios, que es la quintaesencia de la pureza y la santidad, es un ser vengativo e iracundo, que se deleita castigando a aquellos que por ignorancia violan la Ley Divina. Mientras este conflicto religioso ha ido progresando, el cristianismo ha ido perdiendo gradualmente su influencia en la mente del público. Al mismo tiempo, la humanidad anhela saber algo del futuro que la ciencia no puede dar.



¿Cómo puede satisfacerse esta necesidad emocional o moral? Porque la humanidad no puede progresar intelectualmente más allá del conocimiento objetivo, sin el desarrollo de los atributos morales. Nos aventuramos a afirmar que si se hubiera avanzado lo mismo en el desarrollo de los atributos emocionales del espíritu que en los intelectuales, no habría agnosticismo y la ciencia estaría mucho más adelantada de lo que está. La ciencia ha llegado casi al límite del conocimiento objetivo, y no puede avanzar hasta que adquiera un conocimiento de los antecedentes de este mundo, que le permita corregir numerosos errores y dar un impulso al desarrollo ulterior. Esto no podrá hacerse mientras ignoren la existencia de una conciencia subjetiva.



La Cábala encarna tanto la filosofía como la teosofía. La primera nos da un conocimiento del universo, y la segunda enseña al hombre cómo conocerse a sí mismo y a su Dios. También elevará a la masonería y a todas las organizaciones secretas que surgen de ella, mostrando que la masonería antigua no era meramente una orden social y benéfica como la masonería moderna, sino una organización para el despliegue de los atributos morales e intelectuales.



La Cábala ha mostrado sus frutos en la filosofía a través de mentes como Tales, Solón, Platón, Pitágoras, Goethe y muchos otros. En religión a través de Zoroastro, Confucio, Cristo, Antiguo y Nuevo Testamento, y los Primeros Cristianos, y más tarde a través de los Hermanos Unidos, a los que pertenecía Jacob Behmen, y otras sectas teosóficas. Si los puntos de vista que hemos expuesto son correctos, que es a través del desarrollo de la conciencia interior que el hombre alcanza un conocimiento del mundo subjetivo o causal, y que el conocimiento de la Cábala nos permitirá desplegar estas facultades, cuán urgidos deberíamos estar todos de que se nos revelaran sus secretos.

PRESENTACIÓN.

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