REENCARNACIONES DE LOS MAHATMAS
Unas pocas palabras sobre lo que se llama las reencarnaciones "artificiales" de los Mahatmas pueden ser útiles para aclarar algunos malentendidos bastante generales sobre el tema. Por supuesto, en las circunstancias actuales, no nos es posible comprender las condiciones que rigen estas reencarnaciones, pero una idea del principio general que las rige puede sernos de gran ayuda en nuestros estudios. Tal vez el término reencarnaciones continuas sea el más adecuado, ya que la palabra "artificial" puede dar la impresión de algo antinatural, mientras que deben estar tan dentro del orden de la Naturaleza como las de la humanidad ordinaria. Pero se distinguen de esta última por el hecho de que el curso de la existencia física es ininterrumpido; que cuando una vestidura de carne ha servido a su propósito, es arrojada a un lado y enseguida se asume otra, hasta que se cumple la Misión de la Gran Alma; mientras que con la humanidad ordinaria hay una larga existencia subjetiva en el estado devachánico que interviene entre los períodos de la vida física.
Pero una consideración de las vidas de los Grandes Maestros del mundo nos llevará a la conclusión de que el Mahatma reencarnado no demuestra de inmediato que es lo que se llama un Adepto; es decir, una persona dotada de atributos extraordinarios y de poderes sobre las fuerzas de la naturaleza. Es necesario que la nueva personalidad se desarrolle; que se despierte a la conciencia de la Gran Alma que la anima. La personalidad es el conjunto de atributos y experiencias acumulados durante una sola vida física. Mediante el uso correcto de estas experiencias, esta personalidad, el Yo Interior, se eleva a sí misma hasta el reconocimiento del Yo Superior, uniendo así su conciencia con la de este último. Una vez realizada esta unión, la conciencia superior nunca se pierde.
Este estado exaltado alcanzado, la entidad, - lo que constituye el sentimiento de individualidad - nunca se aparta de él. Pero cada vez que se produce la reencarnación hay que repetir el proceso para la personalidad exterior. Esto, a primera vista, será considerado como una aflicción, constituyendo una serie continua de luchas espantosas en su larga serie, particularmente cuando se nos dice en El Idilio del Loto Blanco que alcanzar la unión con el Yo Superior puede significar "retener la vida sobre este planeta mientras pueda durar". Muchos podrían inclinarse inmediatamente a dudar si tal perspectiva implica una bendición.
Sin embargo, si reflexionamos un poco, veremos que en realidad es todo lo contrario. La lucha sólo puede ocurrir una vez para cada personalidad. El Yo Superior, "el dios orgulloso e indiferente que se sienta en el santuario", permanece imperturbable todo el tiempo, contemplando toda la serie de encarnaciones con calma e impasible, y sin que le afecte nada de lo que pueda suceder. Es un proceso de educación de una larga serie de diversas personalidades en la conciencia de lo Eterno, y cada una, al alcanzarlo, se convierte en una con el Yo Superior, compartiendo con todos los que han ido antes, el elevado punto de vista desde el que el trabajo se lleva a cabo a partir de entonces. Así, cada personalidad de un Mahatma, hasta que su renacimiento espiritual se haya realizado, puede tener que soportar en mayor o menor grado, según las circunstancias, lo que llamamos pecado y sufrimiento, y todo este pecado y sufrimiento es esencial para su trabajo en el mundo. Así debe haber sido con las personalidades de todos los Grandes Maestros que han tenido su trabajo que hacer en el mundo.
El Mahatma, sin embargo, no puede ni pecar ni sufrir, haga lo que haga la personalidad, pues bien sabe que no hay distinción final entre el bien y el mal, entre el placer y el dolor, y que todos y cada uno trabajan por igual para el mismo fin. La naturaleza de cualquier personalidad particular de una serie varía, por supuesto, según el trabajo en la tierra para el cual es el instrumento elegido, y así el período del renacimiento espiritual - o el reconocimiento de, y la unión con, el Yo Superior - puede venir en varios puntos, tarde o temprano, en la carrera terrenal. Puede haber, y quizás generalmente la hay, una percepción intuitiva del verdadero Yo en la primera infancia, como Browning ha descrito tan bellamente en su Paracelsus, en el pasaje que comienza:
"Desde la infancia he estado poseído
Por un fuego - por un fuego verdadero, o tenue o feroz,
Como si fuera algún amo, así pareciera,
reprimía o impulsaba su corriente".
La consumación final puede producirse en la juventud, en los primeros años de la edad adulta o en la plena madurez. Cuando llega este momento, uno reconoce entonces que todo pecado y sufrimiento han sido meras ilusiones; que no eran más que medios para un fin determinado.
Esto puede arrojar alguna luz sobre lo que se denominan las deficiencias de las personas que pueden estar muy avanzadas en el desarrollo místico; deficiencias que el mundo no puede comprender como coherentes con su conexión con las grandes enseñanzas espirituales. El hecho, sin embargo, no ofrece ningún pretexto a ninguna persona para autoexculparse de sus propias deficiencias; un punto en el que reside un gran peligro. Al esforzarse así por excusarse y buscar un pretexto para indulgencias egoístas, cometen la profanación de intentar exaltar la conciencia finita de su Yo inferior, al lugar de la conciencia infinita del Yo Superior, que es el único que puede juzgar correctamente en tales contingencias.
Si bien la personalidad del Maestro encarnado es un ser humano, con todos los atributos que hacen a cualquier otro ser humano, su constitución es naturalmente de un orden más fino, a fin de convertirlo en un instrumento adaptado al trabajo para el cual ha sido traído al mundo. Se puede aprender mucho a este respecto del siguiente extracto de una carta de un Maestro relativa a las reencarnaciones de Buda:
"Como en la leyenda de la concepción milagrosa, que llegó a la religión cristiana de la fuente oriental, el espíritu de Buda eclipsa a la madre, y así prepara un hogar puro y perfecto para su ser encarnado. La madre debe ser virgen en alma y pensamiento".
La diferencia entre las reencarnaciones de los Mahatmas y las de la humanidad ordinaria es, después de todo, probablemente sólo de grado. Todos deben pasar por las mismas experiencias. El gran fin debe ser finalmente alcanzado por los últimos, "aunque lleve miles de millones de siglos", como dice Kernning, el místico alemán. Y. con el primero, debe ser la consumación también de miles de millones de siglos. El tiempo, sin embargo, es una de las ilusiones de lo físico.
El proceso y el curso de las reencarnaciones de una individualidad pueden simbolizarse mediante una sarta de cuentas, siendo cada nueva personalidad la formación de una nueva cuenta y añadiéndola a la serie. Cada cuenta parece tener una conciencia individual que, sin embargo, en realidad es la conciencia del todo. Las circunstancias de la vida física son las que oscurecen el conocimiento de este hecho, un conocimiento que se alcanza despejando las nubes que oscurecen la luz que siempre está ahí. Al alcanzar este estado, la conciencia se transfiere de la de una sola cuenta a la de la totalidad, pero su continuidad no se interrumpe por ello, como no se interrumpe al familiarizarse con todas las habitaciones de una casa después de dejar alguna habitación particular en la que se ha pasado la infancia, o al salir de la casa al aire libre. El conocimiento de lo mayor incluye el de lo menor; lo menor no se pierde en absoluto, -ha sido indispensable, pero después de aprendida su lección su importancia relativa disminuye. Sería bueno que nos esforzáramos en tener presente que todas nuestras personalidades pasadas existen realmente hoy tanto como existieron siempre, y que ahora son tan nosotros mismos como lo es esta personalidad presente particular que llamamos nosotros mismos.
El siguiente pasaje de A través de las Puertas de Oro es un cuadro poderoso y glorioso del estado que consuma la unión con el Yo Superior y que trasciende el placer y el dolor, el pecado y el sufrimiento:
"En ese santuario íntimo se encuentra todo: Dios y sus criaturas, los demonios que se aprovechan de ellos, aquellos de entre los hombres que han sido amados, aquellos que han sido odiados.
La diferencia entre ellos ya no existe. Entonces el alma del hombre ríe en su intrepidez, y sale al mundo en el que sus acciones son necesarias, y hace que estas acciones se lleven a cabo sin aprensión, alarma, miedo, pesar o alegría."