¿Existen los Adeptos?
Existen registros históricos que así lo atestiguan y a continuación se compartirá varios de esos registros.
En el siglo XIX con el surgimiento del movimiento Teosófico varios Adeptos salieron a la Luz público y varios testigos tuvieron las experiencias de poder verlos ya sea en sus cuerpos físico o en sus Mayavi-rupa (doble Astral).
Pero ¿Qué es un Mahatma?
Según el Glosario teosófico:
En pocas palabras un Adepto es un humano de carne y hueso, pero que a través de iniciaciones y el control completo de su naturaleza animal se a elevado a niveles muy superiores en el desarrollo humano. A estas personas se les asigna el Termino "Mahatma", Mahā que significa "Grande" y Ātma "Alma". Grandes Almas.
A continuación están las declaraciones de personas que han tenido encuentros con los Mahatmas Kuthumi y Morya, Adeptos que tomaron como discípulos a varias personas que tuvieron relación con el movimiento Teosófico en el siglo XIX.
Henry Steel Olcot (Presidente de la sociedad Teosófica)
Mi silla y mesa estaban a la izquierda frente a la puerta, mi abrigo de campaña a la derecha, la ventana veía hacia la puerta, y sobre la mesa había una lámpara de gas. Yo estaba leyendo tranquilamente, con toda mi atención concentrada en mi libro. Nada en los incidentes de la noche me había preparado para ver un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, no traté de invocarlo en mi imaginación y era lo menos que esperaba.
Pero de repente, mientras que me encontraba leyendo con mi hombro un poco volteado de la puerta, me llegó un resplandor de algo blanco en el rabillo derecho de mi ojo derecho; voltee mi cabeza, y debido a la sorpresa dejé caer mi libro, y vi elevándose sobre mí, en su gran estatura, a un Oriental vestido con ropajes blancos, que llevaba un tocado o turbante de color ámbar rayado, bordado a mano en borra de seda amarilla.
Su cabello negro lustroso caía por debajo del turbante hasta los hombros; su barba era negra, partida verticalmente sobre sus mejillas a la usanza rajput, y estaba trenzada en las puntas, y llevada hasta las orejas; sus ojos estaban vivos con fuego del alma; ojos que al mismo tiempo eran benignos y de mirada penetrante; ojos de un mentor y de un juez, pero suavizados por el amor de un padre que mira a un hijo que necesita consejo y guía.
Él era un hombre tan imponente, tan imbuido en la majestuosidad de la fuerza moral, tan espiritualmente luminoso, evidentemente tan por encima de la humanidad común, que me sentí avergonzado en su presencia, e incliné mi cabeza y me arrodillé como uno hace ante un personaje tan elevado.
Sentí su mano ligeramente sobre mi cabeza y una voz dulce pero firme me pidió que me sentara y cuando levanté mis ojos, su Presencia estaba sentada en la otra silla más allá de la mesa.
Él me dijo que había venido en el momento de crisis cuando lo necesitaba, que mis acciones me habían llevado hasta este punto, que sólo en mí estaba si él y yo nos encontraríamos frecuentemente en esta vida como colaboradores por el bien de la humanidad, que había que hacer un gran trabajo por los humanos, y que yo tenía el derecho de compartirlo si quería; que una misteriosa liga, que no me la explicaría ahora, nos había juntado a mi colega Blavatsky y a mí; una liga que no podía ser rota, no obstante lo tirante que pudiese llegar a estar algunas veces.
También me dijo cosas sobre ella que no repetiré, al igual que cosas acerca de mí que no le interesan a terceros. No puedo decir qué tanto tiempo estuvo ahí pero pudo haber sido media hora o una hora; aunque me pareció sólo un minuto, ya que no me di cuenta del paso del tiempo.
Finalmente él se levantó, mientras que yo me admiraba de su gran estatura y observaba la especie de esplendor en su semblante — que no era una brillantez externa, sino el suave fulgor de una luz interna proveniente del espíritu.
Finalmente él se levantó, mientras que yo me admiraba de su gran estatura y observaba la especie de esplendor en su semblante — que no era una brillantez externa, sino el suave fulgor de una luz interna proveniente del espíritu.
Y súbitamente llegó a mi mente el siguiente pensamiento:
“¿Qué tal si todo esto no es más que una alucinación? ¿Qué tal si Blavatsky lanzó una fascinación mesmérica sobre mí? ¡Ojala y tuviese algún objeto tangible que me pruebe que él estuvo realmente aquí, algo que pueda tener cuando él se haya ido!”
El Maestro se sonrió amablemente como si leyera mi pensamiento, desenvolvió el fehtâ [turbante] de su cabeza, me saludó benignamente despidiéndose y se fue. Su silla estaba vacía.
¡Yo estaba solo con mis emociones!
¡Yo estaba solo con mis emociones!
Sin embargo, no completamente solo, ya que sobre la mesa yacía el turbante bordado; una prueba tangible y perdurable, de que no me habían “olvidado” o que había sido engañado psíquicamente, sino que había estado cara a cara con uno de los Hermanos Mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra insulsa raza de pupilos.
Mi primer impulso natural fue correr y tocar a la puerta de Blavatsky y contarle mi experiencia. Luego regresé a mi cuarto a pensar, y la gris mañana me encontró aún pensando y resolviendo. Y a partir de esos pensamientos y de esas resoluciones se desarrollaron todas mis subsecuentes actividades teosóficas y esa lealtad a los Maestros por detrás del Movimiento que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles nunca han hecho vacilar.
Desde entonces he sido bendecido con el encuentro de este Maestro y de otros, pero poco provecho podría obtenerse en repetir la narración de mis experiencias, de las cuales la que acabo de contar es un ejemplo suficiente, y no obstante que otros menos afortunados puedan dudarlo, yo lo SÉ. »
(Old Diary Leaves, volumen I, capítulo 14, p.377-381)
El turbante del Mahatma Morya esta conservado en el Museo de Adyar.
Morgan Pryse (Teosofo y Amigo de Blavatsky)
Una noche [en 1889] mientras que estaba meditando de esa manera, la cara de Blavatsky destelló ante mí. La reconocí por su retrato en su libro Isis Desvelada, aunque me parecía mucho más vieja.
Pensando que la imagen era astral (ya que creí que eso era) y que se debía a cierta divagación o fantasía de mi parte, traté de excluirla, pero al hacerlo la cara mostraba una mirada de impaciencia hasta que de repente fui sacado de mi cuerpo e inmediatamente me encontré de pie “en el astral” frente a ella en Londres. Allá ya estaba amaneciendo pero ella se encontraba aun sentada frente a su escritorio.
Y mientras ella me hablaba muy amablemente, yo no pude evitar pensar lo extraño que era que esa aparente vieja dama corpulenta fuese un Adepto. Traté de sacar de mi mente ese pensamiento descortés, pero ella lo leyó y como si fuese una respuesta a mi pensamiento, su cuerpo físico se hizo translúcido revelando un maravilloso cuerpo interior que parecía como si estuviese formado de oro derretido.
Entonces, súbitamente el Maestro Morya apareció ante nosotros en su Mayavi-rupa. A él le hice una profunda reverencia ya que me parecía ser más un ser divino que un hombre. Y de alguna manera sabía quien era aunque esta era la primera vez que lo veía. Él me habló cortésmente y dijo:
“Tendré trabajo para ti"
Pensando que la imagen era astral (ya que creí que eso era) y que se debía a cierta divagación o fantasía de mi parte, traté de excluirla, pero al hacerlo la cara mostraba una mirada de impaciencia hasta que de repente fui sacado de mi cuerpo e inmediatamente me encontré de pie “en el astral” frente a ella en Londres. Allá ya estaba amaneciendo pero ella se encontraba aun sentada frente a su escritorio.
Y mientras ella me hablaba muy amablemente, yo no pude evitar pensar lo extraño que era que esa aparente vieja dama corpulenta fuese un Adepto. Traté de sacar de mi mente ese pensamiento descortés, pero ella lo leyó y como si fuese una respuesta a mi pensamiento, su cuerpo físico se hizo translúcido revelando un maravilloso cuerpo interior que parecía como si estuviese formado de oro derretido.
Entonces, súbitamente el Maestro Morya apareció ante nosotros en su Mayavi-rupa. A él le hice una profunda reverencia ya que me parecía ser más un ser divino que un hombre. Y de alguna manera sabía quien era aunque esta era la primera vez que lo veía. Él me habló cortésmente y dijo:
“Tendré trabajo para ti"
(Artículo “Memorabilia of H.P.B.” publicado en la revista The Canadian Theosophist de marzo de 1935, p.1-3)
Laura Carter Holloway
(Testigo presencial cuando el alemán Herman Schmiechen pintaba el retrato de los Mahatmas Kuthumi y Morya)
« El Señor Herman Schmiechen era un joven artista alemán que residía en ese entonces en Londres y en esa ocasión varios teósofos se reunieron en su estudio para presenciar ese evento, siendo su invitada principal Madame Blavatsky quien ocupaba un asiento frente a la plataforma en la cual estaba el caballete del Sr. Schmiechen.
Cerca de él, en la plataforma, estaban sentadas varias personas, todas ellas mujeres, con excepción de una persona. Y cerca de la sala se agruparon varias otras personas bien conocidas, todas igualmente interesadas en el intento que iba hacer el Sr. Schmiechen para pintar los retratos de los Mahatmas.
Y aunque sea extraño el decirlo, la fumadora amateur que se consideraba ella misma una espectadora, fue no obstante la que pronunció la palabra “comienza”, y el artista se puso rápidamente a hacer el bosquejo de la cabeza.
Y aunque sea extraño el decirlo, la fumadora amateur que se consideraba ella misma una espectadora, fue no obstante la que pronunció la palabra “comienza”, y el artista se puso rápidamente a hacer el bosquejo de la cabeza.
(la fumadora amateur se refiere a ella misma, Holloway, en tercera persona.)
Pronto los ojos de todos los presentes estaban sobre el pintor a medida que él hacia sus trazos con gran rapidez, ya que todos estaban muy anhelantes de ver la imagen que iba a surgir en su obra.
La paz reinaba en el estudio cuando la fumadora amateur en la plataforma [o sea Holloway] vio frente al caballete la figura del hombre que estaba siendo delineado, él se encontraba junto al pintor, sin hacer ninguna seña o movimiento, mientras que el artista con la cabeza inclinada sobre su cuadro continuaba el trazo.
La paz reinaba en el estudio cuando la fumadora amateur en la plataforma [o sea Holloway] vio frente al caballete la figura del hombre que estaba siendo delineado, él se encontraba junto al pintor, sin hacer ninguna seña o movimiento, mientras que el artista con la cabeza inclinada sobre su cuadro continuaba el trazo.
Entonces ella [Holloway] le susurró a su compañera:
- “El retrato que se está haciendo es del Maestro Kuthumi y él se encuentra en este momento de pie cerca del Sr. Schmiechen.”
A lo que Madame Blavatsky exclamó:
- “Describe cual es su apariencia y como está vestido.”
Y mientras los que estaban en el estudio se preguntaban a qué se refería la solicitud de Madame Blavatsky [ya que ellos no podían ver el cuerpo astral del Maestro Kuthumi], la mujer a la que se dirigió [o sea Holloway] respondió:
A lo que Madame Blavatsky exclamó:
- “Describe cual es su apariencia y como está vestido.”
Y mientras los que estaban en el estudio se preguntaban a qué se refería la solicitud de Madame Blavatsky [ya que ellos no podían ver el cuerpo astral del Maestro Kuthumi], la mujer a la que se dirigió [o sea Holloway] respondió:
“Él es como de la estatura de Mohini, delgado, con un rostro maravilloso lleno de luz y animación, su cabello es negro ondulado y suelto, y sobre su cabeza lleva un gorro suave. Él es una sinfonía de grises y azules. Su traje es el de un hindú, aunque es mucho más fino y rico del que haya visto hasta ahora y algunas piezas de su traje son de piel.”
Y al mirar hacia el artista, ella [Holloway] capturó la mirada del Maestro, y esa mirada fue algo que ella nunca olvidará, ya que le transmitió la convicción de que su descubrimiento era un hecho genuino.
Luego Blavatsky elevó su fuerte voz para advertirle al artista:
Luego Blavatsky elevó su fuerte voz para advertirle al artista:
“Ten cuidado Schmiechen, no hagas la cara demasiado redonda, alarga el boceto y toma nota de la gran distancia que hay entre la nariz y las orejas.”
Pero lo increíble era que Madame Blavatsky estaba sentada en donde ella no podía ver la pintura !!!
Todos los que conocen las copias de los dos retratos de los Maestros pintados por este artista, recordarán la mirada de juventud que tiene el rostro de Kuthumi. No es la mirada de un joven, sino de la juventud misma. No es la de un joven inexperto y carente en años, sino la de la vida abundante y plena que siempre está joven, y de un dominio de sí mismo tan grande que no solamente controla la expresión, sino también los nervios y los músculos. . .un ser en el que se ha cumplido todo ideal que el hombre haya concebido de la humanidad glorificada.
Todos los que conocen las copias de los dos retratos de los Maestros pintados por este artista, recordarán la mirada de juventud que tiene el rostro de Kuthumi. No es la mirada de un joven, sino de la juventud misma. No es la de un joven inexperto y carente en años, sino la de la vida abundante y plena que siempre está joven, y de un dominio de sí mismo tan grande que no solamente controla la expresión, sino también los nervios y los músculos. . .un ser en el que se ha cumplido todo ideal que el hombre haya concebido de la humanidad glorificada.
Sin embargo era imposible que pudiese hacerse una verdadera semejanza de un ser como este, ya que siempre será únicamente una imagen restringida del verdadero hombre.
Al terminar este cuadro, el artista se dedicó enseguida a pintar el retrato del Maestro Morya, y ambas obras fueron aprobadas por Blavatsky. >>
Al terminar este cuadro, el artista se dedicó enseguida a pintar el retrato del Maestro Morya, y ambas obras fueron aprobadas por Blavatsky. >>
(Artículo “The Mahatmas and Their Instruments” publicado en la revista The Word, N.Y., en julio de 1912, p.200-206)
William Tournay Brown
« El día 19 de noviembre de 1883, en Lahore vi a un hombre que me dio la impresión de ser el Maestro Kuthumi, y en la madrugada del día 20 me desperté por la presencia de alguien en mi tienda de campaña. Una voz me habló y cuando abrí los ojos, encontré una carta en un pañuelo de seda dentro de mi mano. Estoy consciente de que la carta y el pañuelo no fueron colocados en mi mano como se hace de la manera habitual, sino que crecieron “a partir de la nada”. Sentí una corriente de magnetismo y de repente se materializaron.
Como me doy cuenta que mi visitante ya se había ido, me levanto para leer la carta y examinar el pañuelo. El pañuelo es blanco de la más fina seda, con las iníciales “K.H.” marcadas en azul. La carta también está en azul con letras bien delineadas a mano. Su contenido es el siguiente:
“Lo que Damodar te dijo en Pune [ciudad al este de la India] es cierto. Nosotros nos acercamos progresivamente más y más a una persona a medida que ella misma se va preparando para lo mismo. Tú primero nos viste en visiones, luego en formas astrales, aunque muy frecuentemente sin reconocerlas, luego en cuerpo a una corta distancia de ti. Y ahora me ves en mi propio cuerpo físico (es decir, me hubieses visto si hubieras volteado la cabeza) pero aun así me percibiste tan cerca de ti para permitirte dar a tus compatriotas la seguridad de que por conocimiento personal estás tan seguro de nuestra existencia como lo estás de la tuya propia.
Sin embargo y sin importar lo que ocurra, recuerda que serás vigilado y recompensado en proporción a tu fervor y trabajo por la causa de la Humanidad que se han impuesto sobre ellos mismos los Fundadores de la Sociedad Teosófica. Dejo el pañuelo como testimonio de esta visita. Y Damodar es lo suficiente competente para hablarte acerca del Asociado de Rawal Pindi.
K.H.” »
K.H.” »
« Ya no es necesaria la evidencia secundaria. El 20 de noviembre a las 10 a.m. recibimos dos telegramas fechados en Lahore. Uno del coronel Olcott quien nos notifica que fue visitado en persona por el Mahatma K.H. la noche precedente. Y el otro del Sr. William T. Brown, M.S.T. de la Logia de Londres, el cual dice lo siguiente: “¡Visitado temprano esta mañana porMahatma K.H. quien me dejó un pañuelo de seda como memorial!” … »
(The Theosophist, Vol. V, No. 3(51), December 1883, p6)